Alimentación y cerebro: una conexión más profunda de lo que creíamos

Ana V. Morales
Se pensaba que el cerebro operaba prácticamente solo pero hoy la neurociencia demuestra que no es así.

Durante mucho tiempo se pensó que el cerebro funcionaba de forma aislada, como un sistema cerrado, ajeno al resto del cuerpo. Pero hoy la neurociencia demuestra que esto no es así. Nuestro cuerpo es un sistema profundamente interconectado, donde lo que ocurre en un órgano o sistema influye directamente sobre los demás.

Por años hemos vivido bajo la idea de que somos seres compartimentados. Pensábamos, por ejemplo, que daba lo mismo cómo nos alimentáramos, porque “seguimos funcionando igual”. Sin embargo, los avances científicos actuales —especialmente en neurociencia revela que nuestra alimentación tiene un impacto profundo en cómo nos sentimos, cómo pensamos y cómo actuamos.

Alimentación y cerebro: una conexión más profunda de lo que creíamos
Una de las claves de esta comprensión está en el también conocido como “el segundo cerebro”, que se encuentra en nuestro intestino. Éste se comunica directamente con el cerebro a través del nervio vago, una red que transmite constantemente información desde nuestras vísceras, pulmones y corazón hacia nuestro sistema nervioso central.

Hoy se reconocen tres grandes ejes de comunicación en este sistema cuerpo-cerebro:

-Eje intestino-cerebro
-Eje respiración-cerebro
-Eje corazón-cerebro

De estos, el más estudiado es el eje intestino-cerebro, ya que ha permitido descubrir la influencia de la microbiota intestinal: un conjunto de millones de microorganismos que viven en nuestro sistema digestivo. Estos pequeños habitantes juegan un rol clave en funciones como la digestión, el sistema inmunológico y, en el sistema nervioso todos ellos esenciales para nuestro equilibrio emocional.

La microbiota y el estado de ánimo


Cuando hablamos de salud mental y alimentación, no estamos solo hablando de calorías o nutrientes, sino también de información bioquímica. Lo que comemos afecta la composición de nuestra microbiota, y a su vez, esta puede modular nuestros niveles de ansiedad, estrés, motivación o incluso impulsividad.

Alimentos ultra procesados, ricos en azúcares y grasas trans, alteran negativamente el equilibrio de esta microbiota, generando inflamación crónica de bajo grado y afectando nuestra claridad mental, memoria y estados de ánimo.

Por el contrario, una alimentación rica en fibra, vegetales, frutas, alimentos fermentados, legumbres, frutos secos y ácidos grasos saludables puede fortalecer nuestra microbiota y, por ende, nuestro bienestar emocional y mental.

¿Por qué cuesta sostener hábitos saludables, incluso cuando sabemos que nos hacen bien?


Es común que, al intentar cambiar nuestra alimentación, nos sintamos motivados al principio y luego abandonemos el intento. Esto no siempre es falta de voluntad, sino que puede estar relacionado con:

-Desequilibrios en la microbiota, que generan antojos o cambios bruscos de ánimo.
-Bajos niveles de ciertos neurotransmisores, como la dopamina, que dificultan sostener la motivación.
-Hábitos arraigados que activan circuitos automáticos difíciles de romper sin conciencia y apoyo.

Por eso, enfoques como el mindful eating (alimentación consciente) se vuelven herramientas fundamentales. Este enfoque no solo ayuda a reconectar con las señales reales de hambre y saciedad, sino también a observar con compasión nuestras emociones ligadas a la comida. (Puedes leer más sobre esto en el artículo de referencia: Mindful Eating - Pausa y Equilibrio).

Alimentarnos también es una forma de pensar y sentir


La próxima vez que pienses en cambiar tu alimentación, no lo veas como una obligación externa o una dieta más. Entiéndelo como una forma de cuidarte profundamente, desde las raíces de tu sistema nervioso hasta tu capacidad para sentirte más presente, lúcido y en equilibrio.

Comer bien no es sólo para “tener energía” o “bajar de peso”. Es una forma concreta de mejorar tu salud mental y emocional desde adentro hacia afuera.