Nos cuesta esperar. La ansiedad se dispara cuando no obtenemos resultados inmediatos. ¿Sabías que esa impaciencia puede influir de forma significativa en diferentes áreas de nuestra vida?
Vivimos en una sociedad acelerada, donde todo parece ser “para ayer”. Esta urgencia permanente impacta profundamente en nuestros procesos personales. Muchas veces, caemos en la trampa de buscar una satisfacción inmediata, sin considerar que esperar —y dar tiempo a los procesos— puede traer recompensas más profundas, duraderas y conscientes. Decidir con pausa nos permite elegir mejor y vivir con mayor plenitud.
Este modo de funcionar no siempre tiene consecuencias graves… pero en algunos casos, sí. Por ejemplo, en temas de salud, alimentación, manejo de emociones o adicciones, el cortoplacismo puede ser una gran barrera para lograr bienestar sostenido. La baja tolerancia a la frustración se vuelve un obstáculo silencioso. Aquí puedes profundizar en este aspecto.
El filósofo contemporáneo Byung-Chul Han plantea que vivimos en una sociedad que ha perdido la capacidad de demorarse, de habitar el tiempo sin ansiedad. Señala que tomarse el tiempo, demorarse intencionalmente, es en sí mismo un acto de resistencia frente al ritmo impuesto por la cultura de la inmediatez.
Este tema no es nuevo. Ya en los años 60, el psicólogo Walter Mischel desarrolló un famoso experimento conocido como el test del marshmallow. En él, se ofrecía a niños la posibilidad de comer un malvavisco de inmediato o esperar 15 minutos y recibir un segundo. Años después, se hizo seguimiento a esos mismos niños. Los que habían logrado postergar la gratificación mostraban una mejor autoestima, menos problemas con el peso, y menor tendencia a conductas adictivas.
Puedes ver un resumen del experimento aquí.
¿Qué podemos hacer?
No se trata de cambiar de un día para otro, sino de comenzar con pequeños pasos. Crear pausas breves. Observar la urgencia sin ceder de inmediato a ella. Postergar solo un poco, y notar cómo cambia la sensación interna. Entrenar esta habilidad nos ayuda a calmar la mente agobiada por la prisa, y a reconectarnos con la posibilidad de elegir más allá del impulso.
Resistirse al apuro también es una forma de autocuidado.