Aprender a vivir sin ser perfectos

Ana V. Morales
Lo perfecto es enemigo de lo bueno, reza este dicho. Que si lo pensamos bien ¿Qué entendemos por perfecto?. Es subjetivo, pero vivimos en una constante insatisfacción porque nos creemos en falta de lo que podría ser mejor.

Lo “perfecto” es una construcción subjetiva, muchas veces inalcanzable, alimentada por un entorno que nos empuja a mejorar constantemente, no desde la aceptación sino desde la carencia. Vivimos con la sensación de no ser suficientes, de que siempre nos falta algo. Y eso desgasta.

En nuestra sociedad, el culto a la belleza ha tomado una fuerza brutal. Lo vemos en la publicidad, en los filtros de Instagram, en los cuerpos editados, en los estilos de vida que parecen sacados de una revista. Todo luce impecable, todo brilla. Y sin embargo, todo eso genera una distorsión, sobre todo en adolescentes y jóvenes, que al compararse con esas imágenes idealizadas sienten que no encajan, que no están a la altura. Esa comparación constante, muchas veces inconsciente, está relacionada con un aumento en los niveles de ansiedad, depresión y baja autoestima.

Aprender a vivir sin ser perfectos
La artista Beyoncé lo retrata en su canción Pretty Hurts, con una frase potente: “La belleza duele”. Porque sí, duele pretender estar a la altura de un ideal que no existe y lo que debemos atender es lo que no se ve, no la apariencia.

Frente a este escenario, surge con fuerza la necesidad de un nuevo enfoque: el de aceptar la imperfección. Y aquí es donde entra un concepto profundamente sanador: Wabi Sabi, este término japonés, que Beth Kempton desarrolla con sensibilidad en su libro Wabi Sabi, nos invita a ver la belleza en lo que no es perfecto, en lo simple, en lo desgastado por el tiempo, en lo que no brilla pero es real. Es una filosofía que nos enseña a valorar lo auténtico, lo que fluye, lo que cambia.

Aceptar nuestras propias marcas, nuestros momentos grises, nuestros errores, nuestras diferencias. Abrazar lo que no encaja en los estándares. Dejar de luchar contra lo que somos para empezar a habitarnos con amabilidad.

Esta mirada se vincula también con la práctica del mindfulness, especialmente en su dimensión de humanidad compartida: entender que todos, sin excepción, sentimos miedo, fallamos, nos comparamos, queremos ser queridos. No estamos solos en esto. Y cuando dejamos de exigirnos ser perfectos, podemos empezar a vivir con más ligereza, con más libertad.

Aceptar la imperfección no significa resignarse ni dejar de crecer, sino soltar la exigencia de encajar en moldes ajenos. Significa reconocer que somos valiosos no “a pesar de” nuestras imperfecciones, sino gracias a ellas. Que nuestra humanidad real, incompleta y cambiante, es suficiente.